lunes, 6 de mayo de 2013

Aida, de Giuseppe Verdi


            Esta ópera fue compuesta en 1871.

            El telón se abre sobre una sala del palacio real de Menfis. Ramfis, el sumo sacerdote, le dice a Radamés, militar egipcio, que corre el rumor de que los etíopes van a desafiarles de nuevo. Ya lo hicieron una vez y perdieron, esclavizando a muchos de ellos. Entonces Radamés empieza a explicar que está enamorado de Aida, una esclava etíope.
            Amneris, la hija del faraón, también está enamorada de Radamés y le matan los celos.
En una conversación con Radamés, éste se asusta porque teme que Amneris pueda descubriso haya descubierto ya su amor por Aida, un hecho muy grave para un militar egipcio.
            Este tenso momento es interrumpido por la llegada de la esclava. Amneris advierte en Radamés una repentina turbación e intuye la verdad: Aida es su rival.
            Un mensajero llega pidiendo que vayan a las sagradas aguas del Nilo porque las tropas han regresado victoriosas de su lucha contra los etíopes, concluyendo con la doble exclamación Ritorna vincitor, Retorna vencedor!
            Aida se ha quedado sola y repite las palabras fatales: Retorna vencedor, exclamación que tiene para ella un terrible significado, ya que alude a la derrota de su pueblo y de su padre Amonasro y a la conquista y al sometimiento de la tierra que la vio nacer. Pero, ¿cómo no celebrar la gloria y la felicidad de Radamés, el hombre que ama?
            Ahora la escena nos traslada al interior del templo de Vulcano donde Radamés será nombrado jefe del ejército egipcio y recibirá de manos del sumo sacerdote la sagrada espada del dios, que le volverá invencible a él y a las tropas que dirige.
            En una sala de las dependencias privadas de Amneris que se está vistiendo para asistir a la gran ceremonia de triunfo, entra Aida. La princesa se dirige a la esclava cantándole: La suerte de las armas ha sido funesta para los tuyos. Amneris es en todo momento una dama, gentil y altanera, que habla en frases breves y lapidarias. Aida sufre por la derrota de su pueblo, pero el tiempo sanará la herida y, má que el tiempo -prosigue Amneris- un dios poderoso llamado Amor. De pronto Aida despliega su canto y confiesa que está enamorada apasionadamente. Entonces, Amneris, para ver qué reacción tiene Aida le dice que Radamés ha muerto en el campo de batalla, y finammente consigue la revelación de los sentimientos de la esclava.
            Una vez descubierto el amor de Aida por Radamés, estalla la naturaleza salvaje de Amneris. Sí, tú le amas, -canta ella- pero yo también le amo... ¿comprendes? !Soy tu rival, hija de los faraones!
            Comienza ahora la famosa escena del triunfo. Marchas, danzas, coros...***
            Amonasro, padre de Aida, es uno de los prisioneros y oculta su verdadera condición de rey, haciéndose pasar por un simple oficial. Radamés solicita la libertad para los prisioneros, pero Ramfis, el sumo sacerdote, propone que Amonasro y Aida sean retenidos como rehenes y, finalmente, ofrece la mano de Amneris al general victorioso.
            Es una espléndida noche estrellada e iluminada por la luna, a orillas del Nilo. Entre las rocas crecen las palmas y, a lo lejos, se divisa el templo de Isis. A la orilla se acerca ua barca de la que desciende Ramfis y Amneris para pedir a la diosa que proteja la unión de los dos, cuya boda se celebrará al alba.
            Por otro lado Radamés le ha pedido a Aida que se reúna con él. Mientras ella le espera, entra en escena su padre, Amonasro, que sabe que su hija está enamorado del jefe de la milicia y engatusándola diciéndole lo malos que han sido los egipcios con ellos, consigue que Aida traicione a su amado y averigüe el recorrido que seguirán las tropas egipcias, para poder así exterminarlas.
            Aida le pide a Radamés que huyan juntos y así él se crea que ella está por él. Amneri, oculta en el templo, lo ha oído todo y denuncia a los traidores ante Ramfis. Amonasro huye arrastrando a Aida después de haber intentado asesinar a Amneris, mientras Radamés se presenta por su propia iniciativa ante el sacerdote.
            Amneris tiene ahora en sus manos la suerte de Radamés que está prisionero. Por una lado lo ama, pero por otro sabe que la ha traicionado... ¿Querrá verdaderamente salvarlo?
            La hija del rey ha decidido salvar a Radamés, aunque para eso tendrá que convencer a su padre y sobre todo a los severos sacerdotes. Amneris le propone a Radamés que si quiere conservar la vida nunca más deberá ver a Aida, pero él se niga, porque prefiere la muerte a la perspectiva de no volver a ver a su amada.
            Despiadada y vengativa, Amneris se desahoga en una amplia frase: Quién te salvará, desdichado.
            Ahora nos encontramos en el templo de Vulcano, y el escenario se halla dividido en dos planos. En el superior, se aprecia el interior del templo, generosamente iluminado; en el nivel inferior, se encuentran los lúgubres subterráneos, unidos al plano superior por un estrecho pasadizo que queda completamente cerrado bajo una pesada piedra. Al abrirse el telón, Radamés acaba de descender al subterráneo donde se encuentra con Aida, que se ha refugiado en ese lugar para esperarle, mientras dos de los sacerdotes están colocando la piedra de nuevo en su sitio.

            Mientras, los dos amantes están abrazados, se escuchan arriba las plegarias de las sacerdotisas y el amargo llanto de Amneris, que, desesperada, implora la paz para su amado.

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