lunes, 6 de mayo de 2013

La Walkiria, de Richard Wagner


            Al levantarse el telón aparece una habitación de singulares características, pues el centro lo ocupa un robusto fresno de nervudas raíces que se pierden en todas direcciones y amplias ramas que sobresalen por el techo por aberturas especialmente dispuestas. Entra agotado Siegmund, el hijo del Dios Wotan, como quien ha estado huyendo durante horas. No viendo a nadie, cierra la puerta y se dirige extenuado hacia la chimenea y se deja caer.
            Allí en la estancia hay otra persona, una mujer de nombre Sieglinde, quien se sorprende del comportamiento del recién llegado. Se le acerca para asegurarse de lo que ocurre. Siegmund está desfallecido y con los ojos cerrados. Se incorpora y pide agua. Mientras este bebe de un cuerno lleno que la mujer le ha entregado, le explica que ha sido perseguido por numerosos enemigos y que ha quedado agotad a causa de la tormenta. Después de haber descansado Siegmund decide marcharse, pero ella le convence para que espere a su esposo Hunding.
            Cuando Hunding regresa admite al extranjero como invitado invocando la sagrada hospitalidad. Advierte un parecido entre el invitado y su esposa y, aunque ello le sorprende, adopta un aire despreocupado interrogándole sobre su nombre y procedencia. Siegmund narra una curiosa historia en la que cuenta que su hermana gemela desapareció cuando su madre fue asesinada. Sieglinde le pregunta sobre el paradero de su padre y los pormenores de su huida. El joven refiere que defendió a una doncella a la que sus hermanos querían casar contra su voluntad matando a algunos de sus enemigos. Hunting le anuncia con calma absoluta que él pertenece a esa familia, pero que la hospitalidad le obliga a mantener su palabra. Puede pasar la noche allí, pero al día siguiente se batirán. Sieglinde se retira con su esposo, no sin antes preparar una bebida que hará que Hunting duerma profundamente.
            Siegmund, una vez solo, descubre en el tronco del fresno un destello: es una espada. Se abre la puerta de la alcoba y es Sieglinde que le dice que un desconocido del clan de los hombres la clavó allí, indicando que quien lograra sacarla se haría acreedor de ella. Todos cuantos lo intentaron fracasaron hasta entonces. A él se le viene a la memoria unas palabras: una espada me prometió mi padre. Él sabe que hallaré la espada cuando la necesite.
            Siegmund y Sieglinde se dan cuenta de que son hermanos welsungos, hijos del dios Wotan en sus estancia terrenales. La espada fue clavada en el fresno para él. Siegmund, dirigiéndose al árbol, proclama: Siegmund me llamo y Siegmund soy, dicho lo cual desclavo la espada de este árbol.
            Después de esto el dios Wotan con su hija favorita, la walkiria Brunilda, están armados para el combate. El motivo es que su esposa cree que los dos hermanos se han enamorado y han traicionado al esposo. Wotan le pide que entre en razón, pero ella no escucha. Le exige que castigue al culpable, que le retire su protección a Siegmund y otorgue la victoria a quien tenga  la razón.
            Wotan está confundido. Ordena a la walkiria que combata por su esposa, pero Brunilda se resiste a obedecerle. Sabe que Wotan ama a su hijo Siegmund, y no cree que ella deba apoyar a Hunding. El dios le insta a cumplir su voluntad.
            Brunilda ve acercarse a Siegmund y Sieglinde que han huido de casa. Llevando las riendas de su caballo, avanza lenta y solemnemente con la armadura, el escudo y la lanza y le anuncia al muchacho que va a morir en combate: que ha sido elegido para viajar con ella al Wahalla, la casa de los dioses, donde será rodeado por héroes. Al cnocer que su hermana no estará llí con él, manifiesta no tener interés. Ante estas palabras Brunilda decide ayudar a Siegmund en el combate, aunque esto representes desobedecer las órdenes de su padre.
            En ese momento se escucha la voz de Hunding llamando al combate. Prepárate a luchar, se le oye gritar. Brunilda protege a Siegmund, pero cuando éste va a dar el golpe mortal a su enemigo, la lanza de Wotan hace que se rompa su espada. Hunding da muerte al héroe desarmado. Entonces Brunilda se dirige hacia Sieglinde y se la lleva para protegerla. Wotan increpa a Hunding y con un gesto malhumorado le hace caer muerto. El dios promete castigo para la hija desobediente.
            Aparecen las ocho walkirias acompañándose de un canto de guerra a las que se incorpora Brunilda al final. Imaginaos la escena: nubes, truenos, relámpagos y walkirias cabalgando por el cielo con los héroes muertos sobre sus sillas. Comienza ahora una de las músicas más famosa y escuchadas de Wagner (Ya os podéis imaginar que eso en un teatro es difícil de escenificar, por eso, el escenógrafo, ha tenido que echarle mucha fantasía, ingenio y así cambia los caballos por tablones de madera, de los que las walkirias se deslizarán como si fueran grupas de caballos) ***
            Una vez incorporada Brunilda al grupo, las walkirias se sorprenden de que no lleve a un héroe muerto sino a una mujer. Brunilda está desesperada y les pide a sus hermanas ayuda y protección, pero ellas se niegan a actuar contra el dios Wotan. La desconsolada Sieglinde le ruega que no se preocupe por ella, que lo que mejor le puede pasar es morirse, a lo que Brunilda le responde que no debe morir porque lleva un hijo en su vientre. Así, su ansia de muerte se convierte en un deseo de vivir. Sieglinde huye perdiéndose en el bosque.
            !Brunilda! Grita Wotan, mientras las walkirias esconden a su hermana y procurar disuadir a su padre del castigo. Inflexible, el dios quiere darle un castigo ejemplar. Brunilda se abre paso entre las otras walkirias: !Aquí estoy, padre!, inpónme tu castigo. Y ya en ese momento la voz de Wotan no se muestra tan firme. Ella le dice que, aunque ha desobedecido sus órdenes, ha obedecido a sus deseos más profundos.
            A partir de este momento el dramatismo de la obra va en aumento, alcanzando una sublime profundidad. Ella debe aceptar el castigo por amor a Wotan, él debe castigarla porque es su deber, pero ambos se aman, se comprenden y sienten exactamente lo mismo ante el caso de Siegmund y Sieglinde. Wotan besa los ojos de su hija y ella cae lentamente en sus brazos, dormida ya y privada de su divinidad.

            En escena quedan Brunilda dormida, la roca de la walkiria, el bosque, y todo ello rodeado de fuego y humo. Wotan se retira hasta desaparecer a través del fuego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario